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miércoles, 3 de septiembre de 2014

89. Conexiones especiales

Narra Pablo
- Por fin me contestas a la llamada! Qué está pasando, Ainhoa? - pregunto muy afligido.
- Yo estoy bien... nada ha pasado conmigo, pero si con la pequeña Ainhoa... me han llamado de la institución y yo me fui corriendo para allá...
- Pero ha pasado algo?
- Ella se quedó con dificultades para respirar y tuve que irse para el hospital... - su voz comienza a fallar, notaba que no estaba a 100% y es cierto que no estaba nada bien.
- Y ahora está todo bien?
- No... no está... esto está un auténtico infierno... solo una operación la podrá salvarla y la institución no tenía dinero... pero yo no voy a permitir que algo le ocurra y seré yo quién vaya pagar la operación...
Escucho su respiración sufocada, como quién está libertando lagrimas de sufrimiento y luego me confiesa:
- Yo estoy temblando de miedo... esto tiene que resultar, ella no puede... no puede... - solloza.
- Ella está es riesgo de vida?
Me responde con el silencio de su boca y el sonido de su sufrimiento. Lo ha dicho todo, o la operación termina bien o entonces aquella rubita que tanto me impresionó en el día de su cumpleaños sería definitivamente un angelito más en el cielo. Me destrozó esta noticia, la pequeñita tenía una energía y una personalidad impresionantes, parecía la versión “mini” de Ainhoa, con la diferencia de tener su pelo rubio y los ojos de un color incierto, pero muy bonitos. Nadie decía que la peque tenía una enfermedad así, demostraba ser la niña más sana de este mundo, súper normal, llenaba la gente a su al rededor con miles de caricias, besos y palabras bonitas, una niña impresionante que infortunadamente está en este estado.
- Necesitas de algo, preciosa? - pregunto.
- Solo necesito que ella se quede bien y nada más...

Narra Ainhoa
No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si este llega y trata de meterse en tu vida, no temas, miralo a la cara y con la frente bien levantada. Tu eres fuerte, lo enfrentarás y lograrás. Recuerda que por detrás de un día gris lleno de nubes, siempre está el sol y él tarde o temprano aparece en el cielo.
Sentada en una silla en el pasillo ya vacío, totalmente en silencio, las palabras de un libro que ya he leído hace mucho tiempo llegan a mi mente y me hacían oler a una pequeña cantidad de esperanza y de cosas positivas. Ya habían pasado cinco horas y media desde que hablé con Pablo y desde que vi la pequeñita por la última vez. Él está en casa seguramente despierto por que no lo sabe cómo estoy reaccionando con todo esto y la pequeña está sobre efectos de anestesias fuertes para que no sienta ningún dolor, está durmiendo profundamente y quiero que se despierte en pocas horas, nada de dormirse más profundo de lo que está sino no sé qué será de mí, en serio.
No tenía hambre, no estaba con sed, ni con ganas de dormir, de relajar, mis ganas eran de escuchar buenas noticias de la operación. Me sentaba, me levantaba, caminaba hacía la pequeña ventana y miraba los miles de luces que iluminaban Madrid, el hospital estaba en un silencio casi completo, volvía a la silla y me sentaba y así pasaba las horas que parecían que el reloj no quería contarlas.
En aquel vacío del pasillo poco iluminado, una sombra surge aumentando a cada segundo que pasaba, sin embargo una mancha blanca empezaba a pintarse, un médico estaba saliendo de la sala de operaciones. Llegaba cabizbajo, con las manos dentro de los bolsillos de su bata blanca y caminaba a paso lento.
No sé cómo debería reaccionar viendo aquello, podría recibir las mejores noticias de todas pero también las peores que se podrían escuchar. No sabía lo que esperar. Paró justo en mi frente, levanta la cabeza y suelta un suspiro. Yo temblaba, no me salía nada, ni tan solo un suspiro.
- La pequeña es una guerrera muy valiente... la operación fue un auténtico suceso!
- Gracias a Dios! - grito de felicidad. En aquel momento una tonelada de sufrimiento salía de mi cuerpo, me sentía muy ligera, las lagrimas saladas dan lugar a las lagrimas dulces, que salían explotando de felicidad. Mis pies casi saltaban del suelo, suspiraba de alivio y el médico me mira sonriendo y no era para menos.
- Puede acompañarme? - me pregunta el médico.
- Si es para verla, por supuesto que si, hombre!
Caminamos hacía el fin del pasillo y el médico abre la puerta del lado izquierdo. Me haz señal para entrar y yo entro. Allí estaba la rubita tan preciosa, envuelta en un sueño profundo, con muchos menos tubos que la primera vez que la vi, luciendo una paz fenomenal. Qué preciosidad de niña, por Dios! Me moría de amores, me acerqué a ella, agarro delicadamente en su mano y por magia se siente en el aire una conexión entre nosotras que jamás sentí en toda mi vida con alguien. Ni siquiera con Pablo, que sentía y siento una conexión sin igual. Era una conexión con un color especial y la pude disfrutar al máximo por que el amable médico permitió que me quedase allí a solas con la niña.

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