Narra
Ainhoa
Una
noche de puro insomio. Las cuatro de la mañana que marcaba el reloj
parecían la eternidad de las pura eternidades. Estar acostada en la
cama ya era puro aburrimiento, como no soy un persona de quedarse
parada por largas horas, salgo de la cama, mismo en pijama y en el
salón busco algo con que entretenerme. En la tele nada es
interesante, la estantería de los libros ya no tiene libros nuevos
para leer, ya los he leído a todos. Me aburro.
Me
aburro, me voy hacía el balcón. Madrid seguía durmiendo
tranquilamente, bajo la luna, la oscuridad, las luces de las calles y
yo me sentía la única persona despierta en toda la ciudad. Aquel
paisaje lo conocía muy bien, pero en aquella vez parecía contarme
una historia hermosa.
Se
hacían reflexiones de la vida, un relatorio de todo que ha sucedido
y una conclusión se extendía en el aire nocturno. Embacara en un
largo viaje de dos años de emociones muy grandes, de cambios que
jamás me pasaban por la cabeza que iban a sucederse tan juntos, de
una forma tan intensa. Daba gracias a la vida y cómo no podía
agradecerle tocando el piano, que fue lo que siempre hizo, las
palabras han asumido ese puesto.
“Querida
vida...
En
esta bonita noche fría de Enero, que no lluve, por fin, te escribo
porque me lo creo que en este momento las palabras son más poderosas
que mil canciones tocadas en el piano, que mil movimientos hechas en
esas teclas que emiten sonidos hermosos.
Tengo
mucho que agradecerte: en tan solo dos años he visto mi vida dar dos
giros de 360 grados, giros esos que nunca estuvieron en mis planos
para la vida y para el futuro. Soy jóven, pero ya he pasado por
tantas situaciones que ya tengo una larga historia para contar a todo
el mundo.
No
puedo dormir y no es por falta de compañía. Eso yo ya tengo, mejor
de la que deseaba hace dos años, compañía esa que no lo sé como
describirla. La compañía de esa persona tan especial... vida,
primeramente te odiaba por haber puesto esto en mi camino y ahora me
pongo a tus pies para agradecerte, en una veneración constante.
Mis
ojos brillan, mi corazón arde en un fuego al compás de un
sentimiento que ya tuve un miedo tremendo, mis manos y mis piernas se
parecen a un terremoto, temblan, al pensar lo cuanto afortunada fui y
soy hoy mismo.
Por
fin encontré esa tal de “media naranja” que todo el mundo busca.
No sé si este es el termo más correcto, ya que para mí es una
naranja entera. Es la mitad en palabras, pero el todo en la realidad.
Estas
cuatro paredes que me acogieron, este suelo que se ya quedado
disponible para que sea pisado por mis pasos, ya fue testigo de las
muchas alegrías que vivo y lo sé... lo sé que seguirá
testificando y en esta vez afirmo en plenos pulmones llenos de aire
que estoy cierta. En esta vez no me equivoco y lo sabes.
Sabes
ese nombre que me pone con la sangre corriendo a una velocidad
estruendosa? Lo sabes? Esas cinco letritas que juntas generan un
nombre? Fíjate en eso, que ese nombre es el motivo de mi felicidad
plena. Le conozco mejor que yo misma y no estoy exagerando. Eso es
bonito, no es verdad?
Anda,
que me siento una niña pequeñita en este mundo lleno de bonitas
colores, de cieloz azules y jardines más verdes que en una bonita
mañana de primavera. Soy feliz! Ahora tú, vida, vienes y me dices:
ya no tienes edad para ser una niña.
Sabes
lo que te respondo? Siempre fuimos, somos y seremos unos eternos
niños y te lo afirmo que es el amor puro, el buen amor, que nos hace
sentir así, tan indefensos y al mismo tiempo, nos sentimos capaces
de conquistar este mundo y más allá.
Y
porque los niños se creen que los ángeles existen y protegen, te lo
pido, jamás quites los ángeles al rededor de él. Quiero que esté
protegido y quiero que los ángeles no me lo quiten de mi vida jamás.
Déjame que viva bonitos sueños, que vengan más discusiones, no me
importa, pero que siempre estemos juntos, uno segurando la mano del
otro, compartindo el mismo camino, la misma mesa, la misma cama,
hasta aquello que dicen ser de una sola persona, vale?
Me
quedaría escribiendo hasta el sol amanecer, hasta quedarme sin agua
en el cuerpo de tanto soltar lagrimas de gratidón, de amor, de
emoción, pero no puedo dejar el amor solo, durmiendo como un
auténtico ángel, que es eso que es. Fíjate: no puedo, no me
aguanto.
Creo
que es la primera vez que te escribo, querida vida, pero me sentí
tan bien al hacerlo, tan realizada, que me lo creo que pronto te
escribiré de nuevo. Para que lo sepas, en todas esas veces te voy a
hablar del amor, perdona ser pesada.
Ese
amor que tiene cuatro letras, se llama Pablo, que tiene cinco. Yo,
que amo ese amor de nombre Pablo, Ainhoa, mi nombre, tiene seis
letras y sincero, que tiene siete, es la característica del amor en
el conjunto de las tres palabras anteriores.
Gracias...
de corazón....”
(Nos
vemos en la próxima temporada... no es un “adiós”, pero sí un
“hasta pronto”)
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